CALENTAMIENTO GLOBAL, DESASTRE GLOBAL

 

 Por Carmelo Ruiz Marrero

20 de diciembre de 1998

 

Ante la furia del fenómeno El Niño y los huracanes Georges y Mitch cabe preguntarnos, ¿Estamos entrando en una era de catástrofes climatológicas causadas por el calentamiento global? El calentamiento global, también conocido como el efecto de invernadero, es consecuencia de la producción masiva de contaminantes atmosféricos como bióxido de carbono (CO2), metano y óxido nitroso, según advierten numerosos científicos.

Un panel internacional de expertos fue convocado por la ONU para estudiar el asunto y rindió un informe justo antes de la Cumbre de la Tierra, celebrada en Río de Janeiro en 1992. El informe, en cuya preparación participaron 2,000 de los científicos más prestigiosos del mundo, concluyó que a menos que se tome acción de inmediato para reducir las emisiones de gases que causan el efecto de invernadero, ocurrirá un cataclismo global en el próximo siglo.

Específicamente, adviertieron que la temperatura global podría subir entre 1.5 y 4.5 grados Celsio durante el siglo XXI. Para entender la magnitud de este cambio, sepa el lector que en los últimos dos millones de años la temperatura global nunca varió más de dos grados Celsio.

Las consecuencias futuras podrían incluir: 

* Un alza en el nivel del mar. A medida que los oceanos se calienten, las aguas se expandirán y subirán los mares. Dentro de un siglo esto podría resultar en un alza de medio metro en el nivel del mar, y podría ser más que eso si las aguas calientes llegan a las profundidades del oceano.

Teniendo esto en cuenta, las áreas costeras pueden esperar inundaciones desastrosas. Siete porciento del territorio de Bangladesh podría quedar bajo agua, y en Malasia las aguas podrían adentrarse hasta 2.5 kilómetros tierra adentro. Las consecuencias serían fatales para Piñones, Bahía Jobos, La Parguera y Ciénaga Tiburones.  

Pero si se derriten aunque sea parcialmente las masas de hielo de los polos, como algunos científicos predicen, las aguas podrían subir hasta 30 metros.

* Un aumento en las enfermedades causadas por insectos. Con el aumento en la temperatura, enfermedades transportadas por mosquitos, como la malaria, el dengue y la fiebre amarilla, podrían extender su alcance y hacer su aparición en lugares donde nunca antes habían existido.

¿Podría haber una relación con el nuevo embate de dengue hemorrágico en Puerto Rico?

* Contaminación severa de agua y tierra. Químicos tóxicos enterrados en vertederos en zonas costeras podrían ser liberados por las inundaciones. Habrá tomar cuidado especial con vertederos que quedan en el nivel del mar o frente a la costa, como los de Rincón, Arecibo y Vieques.  

* Conflictos sociales y políticos causados por movimientos masivos de refugiados. Hasta un millón de personas podrían necesitar ser evacuadas de islas en el Pacífico y el Indico, y otras 50 millones estarían en riesgo. 7 millones podrían ser afectados por inundaciones costeras en Vietnam y 3.3 millones en Indonesia. El gobierno chino estima que 30 millones podrían ser desplazados por el cambio climático.  

* Costos a la infraestructura. Es casi imposible calcular los costos económicos de tal desastre mundial. Consideren, por ejemplo, que en 1995 los desastres meteorológicos causaron $100 mil millones en daños por todo el planeta. Según Jeremy Leggett, jefe de la firma Solar Century y ex-director científico de Greenpeace, la industria de seguros- un negocio global de $1.4 trillones- se desplomaría para siempre ante los daños causados por el calentamiento global. (trillones son miles de billones, y billones son miles de millones. Sí, es mucho dinero)

* A todo esto se añade el colapso de ecosistemas como bosques y arrecifes de coral, hambre y desnutrición debido a daños a la agricultura, y sequías e inundaciones causadas por la interrupción de los ciclos hidrológicos.  

Pero este escenario tétrico no incluye los posibles efectos de retroalimentación, que pueden multiplicar el efecto de invernadero. Por ejemplo, el calentamiento y sequías podrían reducir la capacidad de la vegetación para absorber CO2. De ocurrir esto, los niveles de ese gas en la atmósfera subirán más aún, causando más calentamiento y socavando todavía más la capacidad de la vegetación para regular el clima.

Otro efecto de retroalimentación podría ser causado por el permafrost, capa de suelo permanentemente congelado en las tundras de Canadá, Alaska y Siberia. Si se descongela esa capa, vastas cantidades de metano serán liberadas a la atmósfera y subirán la temperatura global entre 12 y 20 grados Celsio.

¿Podría ser que ya estamos sintiendo los efectos del calentamiento global? En años recientes:

* California, Perú, el cono sur de Africa, el noroeste de Estados Unidos, Australia y el norte de China sufrieron las peores sequías en un siglo.

* La escasez de agua en algunas zonas costeras de Grecia se ha hecho tan extrema que han tenido que proveerles agua en buques supertanqueros.  

* En Indonesia una sequía se combinó con factores sociales, políticos y económicos para causar fuegos por todo Borneo. En el verano de 1997 la región entera estuvo continuamente envuelta en humo.  

* Fuegos causados por sequías azotaron vastas áreas en Mongolia, Siberia, Zimbabwe y Australia.  

* Bangladesh, la costa este de Estados Unidos, el noroeste de Europa y partes del este de Australia sufrieron las peores inundaciones y tormentas en un siglo.

El reto que enfrenta la humanidad es de proporciones hercúleas. Y la carga tiene que reposar mayormente sobre los países ricos del hemisferio norte, ya que éstos, con solo 20 porciento de la población mundial producen 60 porciento de los gases que causan este fenómeno.

De hecho, si China aumentara su contaminación atmosférica en un 41 porciento y Bangladesh aumentara la suya 22 veces, ambos países todavía estarían contribuyendo al efecto de invernadero de manera insignificante.

Los científicos advierten que lo menos que se puede hacer es mantener las emisiones de gases contaminantes a niveles debajo de lo que eran en 1990. Esto significa que Inglaterra tendrá que reducir sus emisiones en un 50 porciento y Estados Unidos en un 77 porciento, y estas metas se deben alcanzar a más tardar para el año 2,030. 

¿Qué se está haciendo al respecto? La respuesta es: entre poco y nada. En la Cumbre de la Tierra la mayoría de los gobiernos del mundo se comprometieron a reducir sus emisiones, pero no hay indicación de que lo estén haciendo. Lo único que se sabe a ciencia cierta es que las emisiones de Estados Unidos están en continuo aumento. Esto es preocupante, ya que con solamente cinco porciento de la población mundial ese país produce una cuarta parte de los gases contaminantes.   

ANTE EL EFECTO DE INVERNADERO, SOLUCIONES A LA CRISIS

¿Qué se puede hacer ante la amenaza del calentamiento global? Se requiere nada menos que una acción concertada a nivel mundial. Desafortunadamente, lo que ha prevalecido en los esfuerzos internacionales por afrontar la crisis es el nacionalismo y la mentalidad Darwinista de "sálvese quien pueda".

 En las últimas negociaciones sobre cambio climatológico, realizadas en Kyoto el pasado mes de diciembre, todos los gobiernos dijeron estar preocupados por el efecto de invernadero y vociferaron que estaban dispuestos a tomar medidas para reducir sus emisiones de los gases contaminantes que causan este fenómeno. Pero lo cierto es que ninguno quiere ser el primero en actuar, ya que- como siempre- los intereses económicos mezquinos toman prioridad sobre el medio ambiente.

Según un informe que publicó un think-tank ecologista inglés llamado The Corner House, el problema es que los gobiernos han acudido a las negociaciones sin haber determinado de antemano qué metas concretas están dispuestos a tomar. Esas metas deben ser determinadas mediante un consenso internacional antes de que se negocie un tratado global, ya que no tiene sentido firmar un tratado y después discutir y debatir quién hará qué, plantea el informe.

Advierte el documento que si no se llega a tal consenso, cualquier pacto internacional para combatir el cambio climático será políticamente discordante, fragmentado, insustentable y a la larga será inefectivo. Las naciones del mundo se limitarán a proteger sus propios intereses. Como resultado, el poder político y la fuerza bruta prevalecerán sobre el espíritu de solidaridad y cooperación internacional, tan necesario para afrontar retos globales. Y mientras tanto, el nivel del mar continuará subiendo.

¿Qué hacer?

Las medidas de conservación de energía y transición a fuentes energéticas renovables, como viento y luz solar, son indispensables para este esfuerzo internacional. Pero hay que tener en cuenta el factor social, ya que una gran parte de la ciudadanía, en países pobres y ricos por igual, carece de los recursos económicos para hacer tales inversiones. Las inversiones en medidas de conservación, por ejemplo, pagan por sí mismas, pero toman de 5 a 15 años en recuperarse.

Para ser efectivas, las medidas de conservación no pueden depender meramente de decisiones individuales de consumidores y empresas, sino que necesitan de inversiones masivas del sector público. Es importante enfatizar esto, ya que ciertos sectores están promoviendo "soluciones" neoliberales para los problemas ambientales globales. Estos ideólogos del "eco-capitalismo", que incluyen a la directora de la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos, Carol Browner y el grupo ambiental elitista Environmental Defense Fund, pretenden establecer un mercado internacional para comprar y vender "derechos para contaminar".  

No se debe esperar que el "libre mercado" venga al rescate de la ecología. Varios académicos, como el profesor Nick Ashford de MIT sostienen que la imposición de mandatos legislativos es la mejor manera de hacer que las industrias desarrollen tecnologías que reduzcan la contaminación. Recordemos que victorias ambientales en Estados Unidos como la eliminación de la gasolina con plomo, la colocación de convertidores catalíticos en los carros, y la prohibición del uso del pesticida DDT no se debieron a la acción del "libre mercado". Esas tres victorias ambientales se lograron mediante legislación, no por iniciativa de la empresa privada.

Ideólogos de derecha, financiados por corporaciones petroleras y automotrices, tienen montada toda una campaña de histeria en torno a las medidas para contrarrestar el efecto de invernadero. Nos dicen que el calentamiento global es un mito inventado por los ambientalistas y que las medidas de conservación de energía y de transición a fuentes renovables destruirán la economía norteamericana y pondrán fin al "American way of life".

Contrario a lo que alegan estos fanáticos, evitar el efecto de invernadero no implica un regreso a la edad de piedra. De hecho, hasta puede tener grandes beneficios económicos. Un informe de la Comisión Europea estima que poner un millón de paneles solares en los países de la Unión Europea generaría 50,000 empleos. Por otro lado, el grupo ecologista internacional Amigos de la Tierra calcula que en Inglaterra se crearían 226,000 empleos si se pone en marcha un programa para reducir las emisiones de gases contaminantes de ese país en un 20% para el año 2010.

Estas y otras medidas para estabilizar el clima global pagan por sí mismas a la larga, pero a corto plazo necesitan apoyo masivo del sector público en formas diversas, como préstamos, subsidios e incentivos contributivos. Las políticas de desregulación de mercados y de recortar gastos públicos, tan celebradas por la derecha, son contraproducentes para estos fines.

¿Y de dónde vendrá el dinero necesario para implantar estas políticas? Por desagradable que sea la idea, habrá que cobrar impuestos de algún tipo. La idea de un impuesto ecológico está cobrando vigor entre economistas y ecologistas. Pero en este mundo de desigualdades salvajes, ¿Qué significa para los pobres, los pequeños negocios y los países del Tercer Mundo el tener que aceptar esa carga económica? Las políticas de protección ambiental no tienen la más mínima posibilidad de ser efectivas si son percibidas como injustas. Será necesaria una escala contributiva progresista que ponga el grueso de la carga económica sobre aquellos que sí tienen dinero de sobra.  

El ecologista Michael Belliveau, director del grupo Just Economics for Environmental Health, presenta varias propuestas concretas en el ejemplar corriente de la revista electrónica Corporate Watch (http://www.corpwatch.org/). Una de éstas es el cobro de un impuesto de 0.025% sobre todas las transacciones financieras internacionales. Suena como casi nada, pero ese minúsculo porcentaje es nada menos que $200 mil millones al año.  

Si se va a hacer la transición hacia fuentes de energía limpias y  renovables hay que tener en consideración el bienestar de los trabajadores de las industrias que serán afectadas, incluyendo pozos y refinerías de petróleo y plantas termoeléctricas que tendrán que ser cerradas. La Oil, Chemical and Atomic Workers Union, sindicato miembro de la AFL-CIO, propone que se le provea oportunidades de ingreso y educación a los trabajadores petroleros que sean desplazados por las medidas para estabilizar el clima.

Puede que estas propuestas suenen utópicas y hasta ineptamente idealistas. Pero a la naturaleza no le interesa si nos ajustamos o no a nuestros límites ecológicos. Simplemente seguirá su curso como si no existiéramos.

 

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