Nadie llora a la Marina en Culebra
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"Incluso pidieron que se llevaran a los muertos, para que no tuvieran por qué regresar". Dolly Camareno -líder comunitaria residente en Culebra desde los años setenta- nos habla de la Reserva Naval norteamericana mientras recorremos los rincones de su hermosa isla. En la década de los 30, en su afán de quedarse con la isla, la Reserva Naval les pidió a los culebrenses que se fueran para siempre, con todo y muertos. Así no tendrían raíces a las que recurrir, ni siquiera flores que depositar sobre ninguna tumba. "Pero el pueblo culebrense ha sido históricamente muy combativo". Inquebrantable, se resistió desde entonces y se quedó, nos narra esta culebrense por adopción que actualmente trabaja en la Oficina de Turismo de la isla municipio. La Reserva no logró quedarse con toda la isla, pero se apoderó de San Idefonso de la Culebra. Los culebrenses que residían en esa área rural fueron expulsados para que el imperio pudiera jugar allí a los soldados. Los trasladaron al área urbana. Sin embargo, la pelea no culminó ahí. En los años setenta, con esa misma combatividad de que habla Dolly, los culebrenses lograron botar a la Marina norteamericana de San Ildefonso. Rubén Berríos y Carlos Gallisá en aquel entonces presidente y vicepresidente del Partido Independentista Puertorriqueño, respectivamente brincaron una verja y decenas de culebrenses e independentistas acamparon en los predios invadidos por la Marina. A ellos se unieron un grupo de cuákeros de Filadelfia que construyeron una capilla en esos terrenos. Doce de aquellos manifestantes fueron arrestados. Entre ellos Berríos, quien todavía preside el Partido Independentista. De ahí el famoso discurso Desde la Cárcel , escrito por el líder independentista, que perpetuó la máxima de que "violar la ley del imperio es cumplir la ley de la patria". Estando preso Rubén Berríos, culebrenses y miembros del Movimiento Pro Independencia que dirigía Juan Mari Brás, se adentraron en dos lanchas a los sectores marítimos ocupados por los soldados. Tras una recia confrontación con embarcaciones de la Marina, los protestantes lograron su propósito de entrar a su mar y detener las prácticas militares. Un par de años más tarde, bajo la primera administración de Rafael Hernández Colón, la Marina de guerra estadounidense se marchó de Culebra. Con un historial tan batallador, no es extraño al llegar a Culebra recibir la impresión general de que sus habitantes, tantas veces olvidados por la "isla grande", son absolutamente autosuficientes. Agotados de tanta promesa incumplida, no esperan a que las agencias gubernamentales se ocupen de ellos, sino que resuelven. "Hemos aprendido a reciclar naturalmente, a conservar los recursos, a utilizar lo que tenemos con la mayor eficacia posible", nos asegura Dolly. Lo que para otros sería martirio, para los titanes culebrenses es realidad viva. Sin embargo, parecen vivir más felices que la mayoría de los puertorriqueños de la isla grande. Ante la histórica escasez de agua, alrededor de la mitad de las familias culebrenses ha construído cisternas que llenan con agua de lluvia mediante un canal que la transporta hasta el depósito. Aunque algunos hogares no poseen servicios de agua o luz gracias a las trabas burocráticas de las agencias pertinentes, otros ni siquiera se han molestado en solicitar tales servicios. Don Tomás, pequeño comerciante culebrense. resume esta actitud con esa filosofía de la resignación que le permite ser feliz: "a todo en la vida se acostumbra uno". A quien llega de "la isla grande" a pasar un fin de semana, se le hace difícil ajustarse a la idea de que aquí se vive a puertas abiertas, las llaves se quedan dentro de los carros y las bicicletas descansan sin cadenas en cualquier acera. Llega una a pensar que no está en Puerto Rico. Así, los culebrenses se enorgullecen cada vez que pueden hablar sobre la ausencia de delincuencia en su isla y sobre la paz de poder caminar por las calles a cualquier hora del día o de la noche sin temer que algo malo les pueda pasar. "Nadie en la isla grande vive como nosotros" sentencia Frank Ayala. "Aquí dos de nosotros podemos pelear y al otro día nos damos la mano y seguimos como si nada. No como allá, en la isla, que por una pelea te pegan un tiro". Natalia Bird, es una joven sanjuanera que reside en Culebra. Se adelanta a explicar que "las necesidades están, pero la gente ha aprendido a resolverse y vivir feliz. No esperan a que el gobierno los atienda; resuelven por sí mismos. Y se niegan a copiar la forma de vida de la isla grande, porque el punto no es convertirse en una réplica de San Juan, sino gozar de esta calidad de vida" que se palpa en la islita. Natalia tampoco ha sentido necesidad de solicitar servicios de agua y luz. La transportación a Fajardo ha mejorado notablemente en los últimos años, nos explican. Ahora hay por lo menos tres viajes diarios a esa ciudad costera. No obstante, algunos culebrenses preferirían que se les diera prioridad a la hora de embarcarse, ya que a veces las lanchas se llenan de turistas y los que viven en las pequeñas islas se quedan "enganchaos con la compra en el puerto de Fajardo". Sin embargo, admitieron que la Autoridad de Puertos suele enviar otra lancha cuando hay exceso de pasajeros. Pero, sin duda, problemas hay en este paraíso. Problemas que se arrastran de la herencia que dejó la Marina yanqui. Aquella presencia, sus prácticas militares y bombardeos, desgastaron la capa vegetal de esta tierra que solía ser muy productiva. Ahora la escasez de recursos naturales agrícolas lastra la vida. De eso hablaremos la semana que viene. Y de las soluciones que se procuran, como el vivero de plantas que se ha creado en Culebra y sus planes de reforestación. |