Nueva visión de la Guerra Hispanoamericana
En 1998 es hora de re-señar la historia, reescribirla. Ante la amenaza anexionista de tergiversarla, hay que decir la verdad. Una verdad dedicada a nuestra Secretaria de Estado, educándola.
El colonialismo de un siglo nos impuso a los boricuas la impronta de la visión de mundo de españoles o norteamericanos en el relato de la Guerra Hispanoamericana de 1898. Proponemos en este ensayo una nueva visión. Este no es otro Seva. En nuestro caso, se trata de la verdad histórica, relatada con otra perspectiva: una tercera perspectiva, puertorriqueñista.
Veamos, "desde la altura del Asomante", los hechos probados por el Capitán Angel Rivero en su Crónica de la Guerra Hispanoamericana (Edil, 1972), pero veámoslos desde una perspectiva auténticamente puertorriqueña. Sin alterar un solo hecho ocurrido, relatémoslos sin bagaje semiótico que no sea el nuestro propio, y obtendremos esa nueva visión. Una visión de afirmación nacional que merecen nuestras juventudes de hoy.
La victoria de San Juan
En Puerto Rico, la Guerra Hispanoamericana comenzó el 10 de mayo de 1898, cuando el puertorriqueño Capitán de Artillería Angel Rivero le tocó el honor de disparar el primer cañonazo para forzar al "buque fantasma de las tres chimeneas" que rondaba a San Juan, a mostrar su bandera, que sabía sería la de los Estados Unidos de América. Ese patrón de audacia boricua continuaría.
Dos días después, a las cinco de la mañana del 12 de mayor, el Almirante William T. Sampson comenzó el bombardeo de San Juan.
El combate entre los buques de su escuadra y los artilleros nuestros duró tres horas. Uno de ellos, el puertorriqueño José Aguilar Sierra, fue el primer muerto en nuestra guerra. Otro puertorriqueño muerto fue el soldado Justo Esquivies. Cuatro civiles, todos puertorriqueños, fueron muertos: Nicanor Gonzáles, Domingo Montes, José Sierra, y Martín Benavides. Es clave señalar que en la defensa, no se destacó ni murió, ningún español.
Por otro lado, se destacaron en la defensa el obrero nero Martín Cepeda, que perdió un brazo, y el Capitán boricua Ramón Acha Caamaño, en las baterías de El Morro. Las demás baterías respondieron al ataque, todas mandadas por los puertorriqueños José Antonio Iriarte, Policarpio Echevarría, y Fernando Sárraga Rengel. Una tercera pare de los voluntarios en la defensa eran nacidos en Puerto Rico. ¿Defendían a España o a Puerto Rico?
En violación del derecho internacional y sin advertencia a la población civil, el Almirante Sampson bombardeó la ciudad con 1,362 proyectiles. En un artículo publicado luego, el Almirante trató de defenderse de esa acusación, sin éxito. El bombardeo se debió a que Sampson quería "atacar a San Juan sin esperar respuesta al cable en que se pedía autorización para ello...y fondeara después en la bahía, capturando la plaza de San Juan". En ese propósito, los puertorriqueños derrotamos al Almirante.
El Almirante Sampson tenía informes de espionaje de que luego de una hora de fuego norteamericano, la plaza se rendiría. A esos efectos, trató de forzar el puerto, lo que demostró que era un intento de sorpresa por apoderarse de la plaza. Rivero cita un telegrama de Sampson que lo prueba: "... tenían la mira de volver y capturar a San Juan; era muy conveniente hacerlo así, ocupando la plaza, orque estaríamos a seguro en caso de que el almirante Cervera hubiese fallado en cruzar el Atlántico."
La Gaceta de Puerto Rico reseñaba el 14 de mayo el "rechazo" a la ocupación de la plaza. Contrario a lo que había hecho el Almirante Dewey en Manila, la que se rindió luego del bombardeo, la plaza militar de San Juan de Puerto Rico resistió, y triunfó.
Desaparecido el "buque fantasma", en todos los pueblos de la Isla, sin excepción, los puertorriqueños formaron guerrillas de macheteros, "a las cuales le ha negado armas el Estado Mayor".
El fracaso del bloqueo
No pudiendo tomarlo, a partir del 22 de junio de 1898 la Marina de Guerra de Estados Unidos intentó bloquear el puerto de San Juan, bloqueo que oteaban "miles de personas" curiosas pero valerosas, desde las murallas y azoteas del recinto Norte. El vapor "Saint Paul" de los norteamericanos derrotó frente a las murallas al español "El Terror".
Al otro día, "una masa imponente del pueblo", en su enorme mayoría boricua, valerosa ante la derrota española, acompañó el entierro de los dos marinos españoles muertos, presididos por Ramón Falcón, jefe boricua de los "Macheteros Auxiliares".
El 28 de junio hubo otro encuentro, de cinco horas, entre el buque norteamericano "Yosemite" y el español "Antonio López" y otra vez fueron derrotados los españoles. Pero le tocó al boricua Capitán Acha y al también boricua Joaquín Jarque, empleado de los muelles, organizar el salvamento de la carga del navío español que se encalló cerca del puerto bajo los cañones yanquis, lo que lograron con todo éxito. El bloqueo no había logrado su propósito.
La afirmación independentista
El General Nelson A. Miles no se proponía cometer el error del Almirante William T. Sampson, que había causado la derrota de sus propósitos, y espoleado por uno de sus espías, decidió invadir por la playa desatendida de defensas del poblado de Guánica, prometiendo "invadir, capturar y mantener" a Puerto Rico en el término relámpago de "diez días", según su propio cable.
A los diez días de su invasión, las tropas de Miles estaban detenidas, como veremos, en la carretera de Coamo al Asomante.
No había podido cumplir su promesa al Secretario de la Guerra. Guánica no era un pueblo, y por tanto, estaba indefensa. Pero once guerrilleros, al mando del puertorriqueño Teniente Enrique Méndez López, ofrecieron resistencia, cayendo herido. Frente a Yauco, las tropas norteamericanas fueron tiroteadas por casi una hora, y jíbaros boricuas eran los portadores de camillas bajo el granizado fuego norteamericano. La tropa norteamericana fue detenida allí por veinticuatro horas.
El desembarco proponía ocupar a Ponce, la ciudad principal de la Isla entonces, "donde los habitantes eran muy desafectos a España". Esos desafectos, eran independentistas.
El 27 de julio, desde Ponce, el puertorriqueño Félix Matos Bernier envió una carta al General Miles en que hacía claro qué era lo que defendían los boricuas que combatían: "la independencia de una patria", Puerto Rico; advirtiéndole, que de no ser a eso a lo que venían los norteamericanos, "impide la buena relación entre ustedes y este pueblo". Rivero reconoce que "si favoreció la invasión americana, debióse a que la consideró beneficiosa a sus proyectos separatistas". Ese testimonio basta.
Detenida la invasión: Coamo y Asomante
Detenido en Ponce por ocho días, el General James H. Wilson comenzó la marcha San Juan a través de la Cordillera el 7 de agosto. El 9 de agosto, a tiro limpio, ocuparon el pueblo de Coamo, y milla y media al norte del pueblo de Coamo, más allá del puente hacia Aibonito, a las ocho de la mañana, se libró la única batalla real de la guerra, en Puerto Rico, que duró una hora.
En ese combate murió heroícamente el Capitán puertorriqueño Fruto López, al frente de sus soldados. Aún luego de su muerte, muchos de sus soldados "dijeron a gritos que ellos no se rendían; y atravesando la carretera subieron loma arriba, por un camino de herradura llamado de Palmarejo" para continuar la lucha en Aibonito. La bandera del batallón la llevó hasta ese pueblo otro boricua, el soldado Ramón Suárez Picó. Otros dos soldados y un corneta, los tres puertorriqueños, fueron enterrados en el cementerio de Coamo. La tarja decía: "Centorios Qui Vivan Tradi Quid Pro Patria". No hay que saber latín, para entenderlo. Allí puede encontrarse nuestra Tumba del Soldado Desconocido.
La tropa decidió "cerrar el paso" a los norteamericanos en las alturas del Asomante, a dos millas y media de Aibonito. La tropa norteamericana esperó el 10 y 11, pero el 12 subieron hasta el Asomante. Ante la casilla de peón caminero 10 (que aún existe), los defensores del Asomante abrieron fuego, y el comandante de la fuerza norteamericana "ordenó la retirada".
El General Wilson envió monte arriba a unos parlamentrios para informar a nuestra tropa que se había firmado el armisticio en Washington. La tropa nuestra se negó a rendirse. El Capitán Ricardo Hernáiz, cuenta que la tropa "aplaudía frenéticamente" cuando el fuego defensor "puso al enemigo en fuga" el día 13. Wilson envió nuevos parlamentarios aduciendo que a sus 10,000 hombres pronto se unirían 35,000 más, tratando de amedrentar a los defensores para que se rindieran. De nuevo le dijeron: no.
Nuestras tropas habían detenido la invasión en Asomante.
Continuará. El autor es politólogo.